Este enorme trabajo de mi colega y profesor universitario Francisco Romero Otero, Pacho, recoge en buena medida una de las pasiones de su vida, y de muchos de los que hemos conformado su entorno de amigos y amigas, no solo de la academia universitaria, sino algo más importante, tan importante como la comida, es decir la amistad y todas sus complicidades; complicidades relacionadas con la formación del gusto, no sólo culinario, sino literario, histórico, político, artístico. Formar el gusto, la distinción, es un largo proceso individual, pero también social y cultural, que puede requerir procesos de siglos de duración, de cambios constantes y graduales, que a veces sólo son perceptibles analizando largos períodos de la historia. Los cánones culinarios son expresión del cambio cultural, y por algo, toda comida se hace civilización. Como muestra el profesor madrileño Faustino Cordón, “cocinar hizo al hombre”. Y escribi un librito con ese título, en donde despliega todos sus conocimientos de historia, biología y antropología, para sostener y probar esa hipótesis. Tenemos claro que de todas las especies –pasadas y presentes– que han habitado este planeta Tierra, sólo el homo sapiens –una especie de recién llegado– ha sido capaz de inventar una actividad que le permitió convertirse en depredador universal, ganando una ventaja evolutiva enorme –sobre todo en el desarrollo del lenguaje y el pensamiento complejo– sobre las demás formas de vida conocidas. Esa actividad no es otra cosa que la cocina, que lo lanzó al terreno de la civilización y la cultura. Decir cocinar implica considerar un estadio social muy diferenciado, que condensa un cuerpo de conocimientos, de experiencias, de invenciones y descubrimientos, a veces insospechados.
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